Vivía en el reino de las sombras nocturnas, la vieja ciudad de Santa Fe, hoy Bogotá. Solo la  vieja Luna en noches despejadas servía a sus habitantes.  Fue en 1791, que el alcalde de Primer Voto don Antonio Nariño y  Álvarez, mediante una orden pidió iluminar la vía más importante de la capital,  la Calle Real, hoy carrera séptima.  No duró mucho tiempo su buena obra pues los comerciantes promovieron protestas hasta que se derogase la orden ya que  no aceptaron pagar la contribución exigida y se aplazó la iluminación como el actual Metro Ligero. Nariño dejó la alcaldía y volvió el futuro negro para las escasas vías, parques y comercios  bogotanos.
Años después entrado ya el nuevo siglo, el Cabildo de la ciudad  colocó en rústicos faroles  velas de cebo que deberían surtirse en número de tres mil por año. Pero a las nueve de la noche debían ser relevadas nuevamente por la Luna en noches despejadas.
Así fueron las largas sombras del pasado cachaco, que contrasta hoy con la bella iluminación del edificio Colpatria y la iluminación efectiva para siete millones de bogotanos. 12.800 metros de cable con coloridos nodos de tecnología LED envuelven el edificio que danza con deslumbrantes colores. La obra fue financiada por el aporte de un millón de dólares de la empresa Phillips.