Nuestra lluviosa y anegada capital de antaño, para superar las varias corrientes de agua en época virreinal, contó con puentes pequeños algunos de madera y otros, como este de sólida piedra que conectó norte y sur en la Calle Real sobre el caudaloso rio San Francisco. La curiosa financiación para la obra se consiguió a punta de los borrachitos.
El puente inicialmente llamado de San Miguel fue reemplazado por este de arco ojival y de recia roca, no lejos de las tiendas que generaban la renta al Cabildo de la ciudad, este se bautizó: Puente de San Francisco la obra como se dijo fue posible gracias a un impuesto de sisa que se impuso por entonces y que aportaba la no despreciable suma de dos reales por cada botija de vino que se consumiera para ingerir en Santafé.