Por: Gonzalo Garavito
La expectativa generada por las predicciones de los mayas, hizo carrera y mucha gente se recogió en lo más profundo de sus pensamientos arrepintiéndose de lo que no habían hecho en los últimos años, y de lo que pensaban hacer pero que, al parecer era tarde. Indudablemente no fueron los mayas los que predijeron que los avispados habían de hacer mucho dinero con sus matemáticas predicciones. Millones de dólares de utilidades para los productores de videos y programas especiales, para las agencias de noticias, para los editores de libros folletos y revistas, sin olvidar a los conferencistas del desastre que también vieron sus jugosos dividendos.
Bogotá, a principios del siglo XX, contaban nuestros abuelos, se habían padecido, en diferentes épocas paralizantes predicciones: cuando pasó el cometa Halley en 1912, en los temblores de 1917 y sigue viva aquella del padre Margallo en que amenazó la vida de los bogotanos con aquello de “El 31 de agosto de un año que no diré, sucesivos terremotos, destruirán Santa Fe.”
Pánico en Santa fe de Bogotá, cuando recién pasado el ya mencionado cometa Halley, corrió la voz de que el amigable cerro de Monserrate era un volcán y que por esa época, en que la humanidad había cometido tantos pecados, haciendo referencia a la mortandad de la Primera Gran Guerra Mundial, y que la sociedad bogotana había estado ten disoluta y no se arrepentía… para sorpresa de todos, empezaron a pagar escondederos de a peso, cuando una columna de humo se vio surgir de la parte posterior del cerro tenebroso a modo de fumarola. Una quema inoportuna fue la imagen de la alarma final.
Pero que susto, para los abuelos y que susto para los ingenuos de hoy, a los que sí, les están muy agradecidos los comerciantes de las especulaciones.